30.6.06

Rutinas y demás chistes.

1. Desayunando (1).

Algo que suele hacer Juan desayunando es repasar la bolsa. Lo hace para:

1.1) tener un tema de conversación con los compañeros de la oficina. "Se espera que el Nasdaq suba. Compramos, ¿no?".

1.2) comprobar que sus ahorros siguen dando frutos. "Solo invierto en valores seguros. No arriesgo".

1.3) sentirse útil. "Hay que ser productivo, cualquier momento es bueno para tener una idea".

Optimiza su tiempo. Es un auténtico hombre de hoy en día. "Renovarse o morir".

--- X ---

2. Los domingos por la tarde.

Algo que Juan suele hacer los domingos por la tarde es bajar al bar. Lo hace para:

2.1) no quedarse solo en casa. "A veces necesito el murmullo de fondo".

2.2) tomarse un par de cervezas frías. "Me he prohibido comprarlas para casa: estoy a régimen".

2.3) fumarse un puro y ver el fútbol. "Me reúno con amigos del barrio".

Cultiva los pequeños placeres: sabe que son la esencia de la felicidad. "Nada como una cerveza fresca para calmar tu sed".

--- X ---

3. Trabajando.

Algo que Juan suele hacer antes de una reunión de trabajo es ir al baño. Lo hace para:

3.1) peinarse el cabello y cepillarse los dientes. "Me gusta dar buena imagen".

3.2) mojarse la cara con agua fría. "Me despeja y tensa los músculos, reduciendo la profundidad de las arrugas".

3.3) no tener ganas de ir al baño durante la reunión. "Cuando te pasa es tan incómodo que prefiero curarme en salud".

Juan es director general del departamento de ventas de una conocida multinacional: cada día tiene, al menos, una reunión. "Me gusta hacer bien mi trabajo".

--- X ---

4. En el hotel.

Algo que Juan suele hacer cuando llega a la habitación de un hotel es estirarse encima de la cama. Lo hace para:

4.1) comprobar la calidad del colchón. "No me gustan los colchones blandos: me dejan la espalda echa polvo".

4.2) poner las noticias en el televisor. "Por aquello de si habrá pasado algo importante durante el viaje".

4.3) relajar el cuerpo y la mente. "Siempre es buen momento para recargar las pilas".

Sus viajes siempre son por trabajo: tiene a medio ver más ciudades de las que es capaz de recordar. "Siempre voy mal de tiempo, ya sabe como es el mundo de hoy".

--- X ---

5. Sorpresas te da la vida (1).

Pero hoy Juan, en una ciudad cualquiera, va camino del hotel y...

...paseando por la plaza
conoce a una tal Elena
de su quinta, sola, guapa.
"Nos vemos para la cena".

Charlan, ríen, beben algo
y algo más. Cenan, beben
otra vez. Pasa un rato
y ahora lo que le apetece

a ella es que Juan acaricie su espalda,
despacio, y que le acaricie el culo.
Que bese, con cuidado, su cuello y sus pezones.

a él, sin duda, que Elena le baje los pantalones
sin miedo, aguantando la mirada.
Que le haga un peu de sexo duro.

--- X ---

6. En la cama.

Algo que Juan suele hacer cuando se acuesta con una mujer es ponerse encima. Lo hace para:

6.1) marcar el ritmo. "Así domino la situación".

6.2) ver la cara de la mujer. "Es algo que me gusta, desde siempre".

6.3) hacer fuerza con los brazos. "Cualquier momento es bueno para hacer ejercicio".

Suele acostarse con Marta, su ex, cada tanto, en función de sus respectivas necesidades. "Hacemos el amor como quien paga facturas, pero está bien".

--- X ---

6. Sorpresas te da la vida (y 2).

En casa de Elena,...

...................................a.
.............................. cim
.............................en
...elena se coloca

marcando el

ritmo
ritmo
ritmo

juan acaricia sus
........................... pe
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............................hos

los delfines

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sa an.....................lt
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--- X ---

7. Desayunando (y 2).

Juan despierta, y se descubre solo en la cama.

Intenta recordar.

Madre mía, se dice.

Le duele la cabeza. Ayer bebí demasiado, piensa.

Oye cantar a Elena, lejos. Sale de la habitación y sigue la música. Mi flautista particular, piensa. Pasa al lado de un espejo y se mira poniendo cara de rata. Sonríe.

Llega a la cocina, donde Elena le espera sentada, comiendo una tostada con mermelada, y donde un enorme reloj de pared dice: las diez y media.

Mierda, piensa Juan, frunciendo el ceño. Me olvidé de la reunión de las nueve.

Elena dice, cariñosa:

- Uy, algo le pasa a tu cabecita loca. ¿Me lo vas a contar ahora o más tarde, gordinflón?

Juan mira el reloj. Mira a Elena. Sonríe y se acerca a la mesa, coge un vaso y se sirve un zumo. Besa a Elena y se sienta.

- Más tarde. Ahora toca desayunar -contesta sonriendo.

Elena devuelve la sonrisa, y pregunta:

- Bueno, gordinflón, la pregunta del millón: ¿turismo o trabajo?

- ¿Perdona?

- Tu viaje. Habías venido aquí de viaje, ¿recuerdas, gordinflón? ¿Estarás ocupado estos días?

Juan sonríe. Bebe un poco de zumo y mira por la ventana.

- ¿Eres de aquí? -contesta, travieso.

26.6.06

Wuu se enciende un cigarro.

...y, de noche, Mina despierta: blanca, con grandes ojos verdes que hipnotizarían a cualquiera, de aspecto ágil y sigilosa como la brisa, se despereza y maúlla. Levanta la vista y admira, una noche más, la luna.

...Wuu sale del restaurante: hoy le toca tirar la basura. Se le oye maldecir a su jefe y vemos cómo se pringa de arroces, tallarines, rollitos y gambas mientras se carga al hombro una pesada bolsa negra. No percibe a...

...Pedro, que mira desde la ventana del tercero tercera cómo Wuu aprovecha el parón para encenderse un cigarro. Pedro sonríe, le da un último sorbo a la cerveza y desaparece tras las cortinas. Está esperando a...

...Sonia, que llega ahora al portal de su casa, un poco borracha, después de una cena con sus compañeras de trabajo. Rebusca en el bolso hasta que da con las llaves y, después de atusarse el pelo, se dispone a abrir la puerta. A esa hora...

...Elena pasea calle abajo por el simple hecho de pasear. Intercambia una mirada con Sonia, que ya se encuentra cerrando la puerta, y saluda a Wuu con un gesto mientras éste fuma apoyado en la pared. No circula ni un alma, pero espera pacientemente el verde del semáforo antes de seguir calle arriba.

...y Wuu, Pedro, Sonia y Elena oyen, en ese preciso instante, cómo el silencio le cede protagonismo a Mina, que le canta algo a la luna.

Vida y muerte de un personaje de ficción.

Hola, Pedro.

- Hola.

Voy a serle muy sincero, desde el principio: es usted un personaje de ficción, no existe.

- Disculpe, no entiendo nada. ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?

Perdone. Tiene razón. Lo primero es lo primero.

Pedro es el hombre sentado a la barra, que agita una copita de coñac con ese arte tan característico del que agita una a menudo. Cuarenta y tantos (en apariencia, realmente son cincuenta y uno), pelo negro (algunas canas, teñidas) y vestido de traje negro y camisa gris marengo, muy elegante. Corbata granate a juego con los calcetines, que se sobreentienden granates. Sonrisa blanca, ojos marrones, gafas. Labios carnosos, muy seductores. Perfectamente afeitado: un tipo atractivo.

¿Se gusta?

- Los años me han tratado bien, eso es algo obvio: sí, me gusto. Una pregunta... ¿por qué bebo coñac?

Porque le gusta.

- Pues preferiría algo exótico. Un daiquiri, un sanfrancisco, uno de ésos. ¿No le parece?

Olvide la bebida. A lo que íbamos. Pedro, es usted un personaje de ficción.

- Algo me imaginaba. Eso de aparecer de la nada en un pub... Pero bueno, debo ser un personaje principal de su trama (tuteémonos, Pedro)... está bien, digo que debo ser un personaje principal de tu trama, o no estarías hablando conmigo. Y eso convierte mi psuedoexistencia en algo digno de ser contado. Eso pienso.

Bueno, más o menos. No te me pongas filosófico. Vas a ser el protagonista, eso sí. Pero la historia tiene un final triste.

- ¿Triste? ¿Qué clase de tristeza?

Pues de la triste. Deja de beber, que te pone espeso: menuda preguntita.

- Oye, que esta copa no la he pedido yo.

Bueno. ¿Me vas a dejar seguir? Gracias. Te decía que es una historia triste, pero tengo un problema. Sé que mueres, sé quién lo hace, sé por qué, me falta lo más importante: el personaje. Parece que se retrasa. Ya debería haber llegado.

- Vaya, qué bien. Me dejas sin palabras, como comprenderás. Enterarme de que voy a morir no es muy agradable.

Tú estate tranquilo. Mira, vamos a hacer una cosa: voy a prepararme un café y a pasar por el baño, a ver si va llegando. Tú tómate otro coñac, o mejor, pídete un bludimeri. Bueno, haz lo que quieras. Después de todo no tienes mucho tiempo. Será tu último deseo.

- Podrías tener la decencia de no burlarte.

Tómatelo como quieras. Hasta ahora, vuelvo en cinco minutos.

Y Pedro se siente libre. Sonríe, disfruta el momento. Deja un billete de diez en el mostrador y sale lo más rápido que puede. Ni siquiera se fija en la mujer de tacón alto y vestido rojo que acaba de entrar y busca con la mirada entre la gente de la barra.

Esta noche el coche arranca a la primera, y en menos de lo que se tarda en darle tres sorbos a una caipiriña ya está frente a un portal de la zona este Abre la puerta con la llave que encuentra en su bolsillo y llama al ascensor. Se cuela de igual modo en el recibidor del séptimo tercera, llega a la cocina en diez pasos.

Y se encuentra con Juan Potas, escritor, que sentado en un taburete sorbe un humeante café.

- Vaya -dice Potas, que pensándose solo en casa se topa de bruces con un hombre de unos cuarenta y tantos (en apariencia, realmente son cincuenta y uno), pelo negro (algunas canas, teñidas) y vestido de traje azul marino y camisa gris marengo, muy elegante. Corbata granate a juego con los calcetines, que se sobreentienden granates. Sonrisa blanca, ojos marrones, gafas. Labios carnosos, muy seductores. Perfectamente afeitado: un tipo atractivo en su cocina-. Tú debes ser Pedro.

Y Pedro, sonriente, se lanza hacia Juan, que sujeto ahora por el cuello y perdiendo fuerzas y aire le oye decir:

- Moriremos juntos, Potas. Moriremos juntos.

Tienes razón. Morirás conmigo.

¿Te gusto?

Nunca fuiste sencillo, ¿pero quién lo es?

Odias madrugar pero nunca te duermes, escribiste cosas que te gustaron y hoy (te) niegas haberlas escrito. Antes fumabas y ahora te molesta el humo de un cigarrillo ajeno en la parada del autobús, nunca has bebido pero hoy te apetece comer con vino, y ¿desde cuando te gusta el té? Desde siempre, claro.

Te he descubierto defendiendo posturas que nunca pensabas defender, y has llevado la contraria sólo por el gusto de hacerlo. Siempre hablas del viaje que harás al Chad, pero cada día te levantas con una sonrisa para ir al trabajo y te preocupa el saldo de tu teléfono móvil. ¿Qué pondrán hoy en el cine? ¿Dónde juega el Barça este sábado? ¿Me compro la camisa azul o los zapatos marrones? ¿Habré recibido ya el correo electrónico?

Te quejas del poder de Don Dinero y defiendes la romántica idea del arte por el arte. Aveces pintas, otras escribes y las que más piensas; te gusta jugar al intelectual, te compraste unas gafas de pasta negra a lo Woody Allen y nunca te peinas, el marrón es tu color favorito y dices con orgullo que vives en el país de Octubre. Hiciste obras en casa para que entrara más luz y poder ver la calle desde el salón, ahora te pasas muchas tardes mirando la gente que corre ahí abajo. El mundo se puede cambiar con gente como tú y con ideas como las tuyas, sueles decir cuando sales de compras.

Me cuentas que crecimos en una democracia falseada al servicio de intereses empresariales, y te alegra ver que tus compañeros de oficina piensan lo mismo. Cualquier día te hartas y montas algo bestia, y eso les dices en los cinco minutos que tenéis para el café. Te gusta verte como un bicho raro, alguien que no acaba de integrarse en el Sistema, y mientras haces las fotocopias para el jefe piensas cual puede ser tu próxima acción reivindicativa: la última vez cambiaste la página de inicio de los ordenadores del trabajo por una página pornográfica.

Lees poesía tibetana traducida y practicas reiki, buscas el equilibrio universal desde tu interior y te pones místico fumando marihuana. No crees en la globalización, compras la comida en centros de cultivo ecológico y comercio justo, y siempre que vuelves de algún viaje laboral a Londres amenazas mientras te haces un delicioso Darjeeling TgfOP primera cosecha Queens Blend con irte a vivir al campo a poner un huerto y ordeñar vacas, porque dices que no aguantarás mucho más.

En las pausas publicitarias de tu programa favorito aprovechas para escribir poemas haiku (cinco, siete, cinco) que hablan de hormigas alienadas y cosechas de arroz perdidas, y antes de dormir alternas entre guiones de cine, los días pares, y algún pasaje del Libro de los Muertos tibetano (el Bardo Thodol, que así lo llamas tú) que te bajaste de internet, los impares.

Ayer, me preguntaste:

¿Te gusto?

Podría contestar que sí, que tienes un punto dulzón, alternativo y metafísico que te hace irresistible y encantador. También podría decir que no, que te tienes aprendido el papel de víctima pero trabajas de verdugo, y ni siquiera te das cuenta. Pero, ¿sabes?, te vas a quedar sin respuesta: los espejos no hablamos.

Tarifa normal.

- Mamá siempre me traía el desayuno a la cama. Me despertaba con un beso en la frente y dejaba el café con leche en la mesilla, humeante, apestosamente delicioso. Por la tarde, cuando volvía de la oficina, siempre encontraba un billete de cincuenta al lado del teléfono, para que me acordara de llamarla, decía. Yo siempre llamaba. Póngame otra.

- Marchando.

- Con papá era diferente. Mucho cachondeo y todo lo que usted quiera, era un hombre gracioso, pero no acabábamos de caernos bien. Siempre esa tensión, ¿sabe? ¿Habré dicho lo correcto? ¿Creerá que bebo mucho? ¿Por qué está hoy de mal humor? No es que discutiéramos todo el tiempo, no discusiones serias, pero no era lo mismo, ¿sabe? No era lo mismo.

- Ya veo.

- Sí. Bueno, lo cierto es que cuando quería era un buenazo, como cuando lo del coche, que ahí sí que se portó como un señor. Y no jugaba mal al ajedrez, siempre un poco arriesgado, pero cuando te pillaba ya no tenías salida, que se le ponía esa cara, mirando por encima de las gafas, y decía jaquemate, y casi siempre lo era, y entonces sonreía y se reclinaba en el sofá. Otra, sin agua.

- Sin agua.

- Tuve una novia, Lola, qué guapa era, y siempre me decía que se preocupaban demasiado, que tenían que vivir su vida y yo la mía, ya sabe, todo ese rollo, pero yo luego despertaba con mi beso en la frente, y bebiendo el café con leche pensaba en papá y en mamá y en Lola, y un día que Lola insistió demasiado le dije, ya no te quiero, y lloró un rato y se fue.

- Triste. A esta invita la casa.

- Muy amable. Cuando cumplí los veinticinco mamá compró una tarta de Mickey Mouse y sombreros de fiesta. Papá me ayudó a soplar las velas. Creo que a partir de ahí algo empezó a olerme mal. Se lo conté a un amigo y me llevó a ver a un tercero, que era un comecocos, y estuvimos hablando de papá y mamá y de mí y de papá otra vez y así. Que si Freud y matar al padre, que si los machos que expulsan de la manada, esos temas. Y, bueno, aún no sé por qué se suponía que iba a hablar con él, era muy aburrido, el caso es que nunca preguntaron por qué dejé de ir, y no es que me pusiera nervioso, es que no me lo pasaba bien.

- Entiendo.

- Papá y mamá no se enteraron, claro. Un día les conté lo de irme y, ¿sabe?, todo fueron llantos. Que si que iba a hacer mamá sola, que si todavía era un crío para andar durmiendo solo en una casa que no era la mía, que cómo iba a pagarlo, que si ya no les quería. Acordamos que mamá se vendría a vivir conmigo el primer mes, papá de visita de lunes a jueves de seis a nueve y de viernes a domingo, todo eso para ayudarme en los inicios, dijeron.

- ¿Y le ayudaron?

- No, fue aún peor. Ya sabe de lo que hablo, seguro. Cuando mamá cumplió los dos meses se vino papá, decía que el metro le quedaba mucho más cerca. Se vendieron el piso y con lo que sacaron me compraron el coche, uno bueno, y ya se vinieron los dos. De esto hace un mes.

- ¿Otra copa?

- Claro. Oiga, ¿alguna vez ha odiado a alguien? Es decir, ¿ha querido verlo sufrir? ¿Matarlo? Ya sabe, esas cosas que se presentan a diario, oportunidades, como un cuchillo en la mano, la botella de lejía cerca del agua, dos metros de cuerda y la única copia de la llave de casa, ya sabe, marcharse con ellos atados y dejar que la naturaleza siga su curso, ese tipo de cosas, ¿sabe? Seguro que sí, que alguna vez ha estado tentado, le apuesto otra copa a que no soy el único loco aquí esta noche, ¿eh?

- Me pilló. ¿Güisqui?

- Güisqui. Ya estoy bastante borracho. Bueno, no sé por qué le he contado este rollo, la historia de mi vida, llámelo como quiera. La bebida acabará conmigo ¿sabe? Papá me lo decía todo el rato.

- Ya veo. ¿Qué ha hecho con ellos?

- Lo de las cuerdas, los pobres están maniatados y amordazados en casa, desde esta tarde, mire, llame a la policía, no sé por qué lo hice ¿sabe?, mucho trabajo, espero que estén bien, llame rápido por favor...

- Calle. Tranquilícese. ¿Quiere decir que ha dejado a sus padres maniatados en casa y que ahora se arrepiente? ¿Le gustaría salvarlos? ¿Retroceder en el tiempo y cambiar su curso?

- Sí. ¡Sí y sí! No se ría de mí, amigo. Llame a la policía.

- Está bien. Le prepararé una última copa, luego voy a llamar. Invita la casa.

- Gracias.

Bebo. Me duermo.

--- X ---

- Sí, Carlos... oye, tengo a otro pájaro, un chico joven, de unos treinta... dormidito en la barra... no, dice que bebe mucho, pero se le ve sano... sí, claro... completamente limpio, nadie preguntará por él, no te preocupes por eso... oye, tarifa normal, seguro que no te importa... exacto, diez mil, sí... no te me quejes, Carlitos, con lo que debes sacar por cada riñón... no te creas... sí, en diez minutos te quiero aquí, y te lo llevas... Hasta ahora.

Arturo se hace gracia a sí mismo.

Arturo abre la puerta de casa. Se dirige a la cocina. Coge una cerveza de la nevera y apoyado en el fregadero la termina en tres largos tragos. Eructa, se hace gracia a sí mismo. Piensa en Elena y camina hacia el taller: la segunda puerta a la izquierda.

---X---

Elena se levanta de un salto, con Arturo observándola desde arriba. Da tres vacilantes pasos, como si quisiera estar segura de saber cómo hacerlo. Estira un brazo y saluda. Suena la música y empieza a bailar.

Relevé, primera y piruet, tandí, primera y plié. Gran plié, tandí acabado en tercera. Geté, geté, gran geté, tandí a la derecha acabado en quinta y arabesc. Y vuelta a empezar.

Cuando lo ha repetido cuatro veces cae inmóvil al suelo, con los ojos fijos en Arturo, que se marcha.

---X---

Arturo sale del taller. Elena siempre le relaja, consigue sacarle lo mejor de sí mismo. Incluso a veces (de noche y con tres o cuatro cervezas en el buche) piensa que podría invitarla a tomar un café. Le tiene loquito: ese pelo cobrizo, los ojos negros, esa silueta tan bien dibujada, las curvas, los pechos... Esas manitas tan delicadas, en las que incluso pueden verse las cinco uñas... Ese color de piel tan acaramelado, tan tostado, característico del roble con que está hecha... Es, sin duda, su mejor marioneta.

Ustedes pueden repetirlo en casa.

¡Tomen ese edificio!, ha dicho.

Qué follón.

Juan a mi izquierda, Pepe a mi derecha. El edificio al frente.

¡Tomen ese edificio!, ha dicho.

La infantería enemiga aguanta el asalto en todo el barrio. No sabemos si ha pedido refuerzos, aunque parece lo lógico. A veces, su artillería siembra muerte. Y un puto francotirador está haciendo estragos en nuestras líneas.

¡Tomen ese edificio!, ha dicho.

Cualquier imbécil sabría que es momento de retirarse. De reducir bajas y preparar otro tipo de ofensiva. Que el edificio ha dejado de ser importante.

Pero el Coronel no es cualquier imbécil: es un imbécil y orgulloso Coronel. Y hay que cumplir órdenes.

¡Tomen ese edificio!, ha dicho.

Corremos hacia el edificio. Hay que cumplir órdenes.

Juan cubre el flanco izquierdo. Yo cubro el frente. Pepe cubre el flanco derecho.

No nos vemos. Tampoco hablamos. Hay demasiado miedo.

Es imposible controlar todas las ventanas. Confío en mi suerte natural para estas cosas. No me queda otra.

¿Has jugado a la lotería últimamente?

¡Allí!, grita Juan.

Oigo disparos lejanos y un silbido a mi derecha. Oigo caer a Pepe.

Me dan en el pecho y caigo al lado de Pepe.

Puedo ver caer a Juan, antes de cerrar los ojos.

Y también pienso: cualquier imbécil se habría dado cuenta.

--- X ---

- Masacre. Te jodes, chaval.

- Vaya, qué mala suerte. Si hubiese llegado al edificio podría haber aguantado un par de turnos más, y quién sabe...

- No sé qué decirte. Yo creo que el edificio ya no era importante, te tenía bastante cogido por los huevos. Yo me habría retirado para pedir refuerzos.

- Bueno, qué más da: vuelves a ganarme. Qué mala suerte. ¿Repetimos mañana? ¿Misma hora?

- De acuerdo. Pero mañana defiendes tú.

Te dignifica, como a mí.

Un día, el Señor dijo:

-Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer, y comido del árbol del que te mandé que no comieses, maldita sea la tierra por tu causa; con grandes fatigas sacarás de ella el alimento en todo el discurso de tu vida.

Y:

Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a confundirte con la tierra de que fuiste formado; puesto que polvo eres, y a ser polvo tornarás.

Para los que queráis ampliar: Génesis, 3:17 y siguientes.

Ser dios debe ser, cuando menos, curioso. Imagina un día de esos en los que te levantas cabreado con el mundo, con el pie izquierdo, y en cuanto alguien te toca un poco las pelotas: Maldita sea la tierra por tu causa.

Maldita. Para siempre. Acojonante, ¿no?

O, qué se yo, alguien te empuja en el metro y, mirándole a los ojos, desafiante, puedes decir:

Por cuanto de aquí a siete días yo haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de la superficie de la tierra todas las criaturas animadas que hice. Y que se cumpla.

Más detalles en Génesis, 7.

O porque es una aburrida tarde de domingo, que cuando eres dios tampoco tienes que buscar muchas excusas:

Que llueva azufre y fuego por mi propia virtud, y que esta lluvia arrase ciudades y países, los moradores todos de las ciudades, y todas las verdes campiñas del territorio.

Y a contemplar el espectáculo. Mejor si lo acompañas con algún cordero fresquito para picar.

El caso es que me encanta mi trabajo. Como a ti, seguro. Ya seas publicista, comercial, dependiente, médico, broker, banquero, empresario, traductor, cantante, mecánico, profesor, programador, director de ventas, jefe, ingeniero, economista, lo que sea, seguro que estás encantado con tu trabajo. Te dignifica, igual que a mí.

Yo diseño escobillas de váter, lo que limpia la mierda que ha quedado pegada a las paredes del inodoro después de que hayas cagado.

¿Podrías borrar esa expresión de asco? Gracias. Todos tenemos y usamos una. Y si lo niegas, el que pone cara de asco soy yo.

Es un trabajo apasionante. Me explico. El mango no debe ser ni muy largo ni muy corto, y permite una creatividad casi, casi sin límites: curvas, rectas, formas variadas. Recuerdo con especial cariño un diseño de mango con forma de delfín. Una de mis mejores creaciones.

Pasemos a las cerdas: pueden ser de pelo de cerdo, de pelo de ciervo o de pelo de conejo, cada una con sus propias características: si cagas más duro, te recomiendo las de ciervo, que son fuertes y resistentes. Si cagas más blando o estás diarreoso, te recomiendo las de conejo, que aunque menos fuertes arrastran mayor cantidad. Y si tu mierda es una mierda estándar, las de cerdo son tus cerdas.

¿Y qué decir de los colores? Hoy todo debe combinar.

Así, si tu cuarto de baño es... .

..de color beige, el mango de tu escobilla puede ser marrón y las cerdas granates, por ejemplo.

...de color añil, el mango de tu escobilla puede ser azul marino y las cerdas blancas, por ejemplo.

...de color verde turquesa, el mango de tu escobilla puede ser verde pistacho y las cerdas amarillas, por ejemplo.

El caso es que combine, ya me entiendes.

Creatividad. Dinamismo. Sencillez. Todo eso tiene mi trabajo. Nada de tierras malditas que no dan fruto sin fatiga. Nada de panes que vienen del sudor de mi rostro.

Es un poco como trabajar de dios: pienso cual es la mejor manera para que puedas eliminar la mierda de tu vida. Pero sin lluvias de azufre ni maldiciones, lo que me hace un dios bueno. O más bueno que el otro, vamos.

Siguiendo este símil, cada escobilla es uno de mis profetas.

¿Y su mensaje? Encriptado en tu mierda.

Lo que te convierte en mi apóstol siempre que cagues. Piensa en ello.

Yo me voy a cagar.

Aunque pueda parecerte raro, tiene sus ventajas.

Dime algo interesante.

Ayer se me cayó el teléfono móvil y ahora sólo se ve la mitad de la pantalla.

Prueba otra vez.

El café de este bar es malísimo. Vayamos a dar una vuelta.

Seguro que puedes hacerlo mejor.

Ven a mi casa.

Ajá. Ahora empezamos a entendernos.


--- X ---

Pasa, pasa, me dices.

Yo paso.

Qué salón tan bonito, digo.

No es tan bonito como el dormitorio, me dices.

Enséñame el dormitorio, digo.

Y me lo enseñas.

--- X ---

Haciéndote el amor, pienso:

Que qué pensará Alicia si se entera.

Que qué demonios hago haciéndote el amor.

Que dónde habrás aprendido eso.

Que por qué sigo haciéndote el amor. Que no es necesario.

Que si habrá alguna manera de que Alicia no lo sepa.

Que qué demonios, que ya da igual. Que voy a seguir haciéndote el amor.

--- X ---

Fumando, dices:

No ha estado mal.

Me acuerdo de Alicia.

Me acuerdo de Alicia diciendo: Siempre juntos.

Me acuerdo de Alicia diciendo: Te quiero.

Me acuerdo de Alicia diciendo: Vamos a tener un hijo.

Me acuerdo de Alicia diciendo: Pero será un hijo especial, diferente.

Me acuerdo de Alicia diciendo: Tendrás que trabajar duro.

Y pienso: tiene sus ventajas.

Y pienso: no, no ha estado nada mal.

Te inyecto el anestésico.

Duermes.

Mueres.

--- X ---

En mi casa.

Alicia me sonríe.

Dice:Dame un beso.

Se lo doy.

Viene Paco.

Salta a mis brazos. Enreda su cola en mi cintura. Qué guapo es mi niño.

Qué fácil es ser feliz.

¿Qué tal te ha ido?, pregunta Alicia.

Bien, contesto. Paco salta de alegría.

¿Conseguiste a alguien?, pregunta Alicia.

Sí. Está en el maletero, contesto. Paco vuelve a saltar de alegría: hace unas dos semanas que no prueba bocado.

¡Cómo te quiero!, dice Alicia.

Y yo pienso que también la quiero, y que también quiero a nuestro hijo, que me da igual que no sea mío, que me da igual que tenga esa cola y todo ese pelo y esos dientes, también pienso que tengo mucha suerte porque es único como su Padre, que su Padre nos quiere y que su Padre proveerá, eso me dice siempre Alicia, aunque me dé un poco de miedo, y pienso que también me da igual tener que trabajar tan duro para que Paco pueda comer carne fresca, porque tiene sus ventajas.

Estímulo.

El Estimulador de Puntualidad que las Normas del Trabajador Responsable obligan llevar implantado en el pecho a todo trabajador realiza la pequeña descarga de cada mañana. Julián Ridka despierta, y cumpliendo las Normas para un Buen Despertar se dirige al cuarto de baño. Por el camino el teléfono suena con el himno de la patria, símbolo inequívoco de que se trata de la llamada de algún ministerio. Corre a cogerlo, no sin antes Lanzar Un Beso al Cielo en Recuerdo de los Amigos Caídos tal y como mandan las Normas del Buen Ciudadano Patriota, capítulo segundo: Reacción ante el Himno Patriótico. Contesta al teléfono siguiendo las Normas del Correcto Ciudadano.

Al habla Julián Ridka, Número de Identidad Ciudadana 32143-H.

Buenos días, señor... Ridka - la voz es la grabación de una mujer, y tiene pequeños saltos y cambios de tono -. Esta es una llamada del... Ministerio del Ocio y la Puntualidad... Le recordamos que la descarga del estimulador de puntualidad de esta mañana ha sido patrocinada por... Relojes Chandonnais, porque tu tiempo es oro... Puede solicitar su... Reloj Chandonnais, porque tu tiempo es oro... llamando al... nueve... cinco... tres... siete... tres... uno... Lo recibirá totalmente gratis, previo pago de... doscientos... noventa y nueve... eullars... para los... gastos de envío. Adiós, señor... Ridka - Julián no se atreve a colgar la llamada hasta estar completamente seguro de que la comunicación se ha cortado. No es cuestión de dejar al Ministerio con la palabra en la boca.

Las Normas del Ciudadano Agradecido le obligan a aceptar cualquier regalo del Gobierno, así que introduce su Tarjeta de Identificación Ciudadana en el Terminal Para El Ocio que las Normas del Comprador Responsable aconsejan tener en casa (él lo tiene en la pared, junto al televisor) y, después de marcar el número en cuestión, su nuevo reloj Chandonnais se desliza hasta el recipiente que todos los Terminales Para El Ocio tienen habilitado para este tipo de ocasiones. En ese momento la pantalla verdosa informa del cobro de los gastos de envío.

Ya en el baño (cinco horas y diecisiete minutos, Chandonnais dixit) el sistema de vídeo carga "Cómo ser un Vecino Ejemplar: La Higiene Personal", y Julián escucha todos y cada uno de los consejos que el Presidente del Gobierno recita a cámara, realizándolos en las pausas que el vídeo deja para tal efecto. Así, Julián orina, defeca y vomita para tener una buena higiene interna, se limpia el pelo y la cara para dar una imagen saludable y se lava el resto del cuerpo para evitar los malos olores. El Presidente ilustra cada ejercicio con gráficos y datos técnicos, e incluso a veces Él mismo toma partido en los ejemplos prácticos.

Una hora y tres minutos más tarde Julián se monta en el coche y el Señalizador de Itinerario Obligatorio le obliga a dar un par de vueltas a la manzana antes de poner rumbo al trabajo, para poder completar así los tres coma veintidós kilómetros que las Normas del Conductor Patriótico aconsejan como Distancia Mínima a Recorrer una Vez se ha Cogido el Coche. Llega a su destino exactamente 4 minutos antes de la hora, (recordando el punto 3.9 de las Normas de la Puntualidad Laboral), y a las seis horas y cincuenta y nueve minutos realiza el escáner ocular que abre la puerta de su despacho.

Julián es un empleado cualquiera del Banco Patriótico de Crédito, y su jornada habitual transcurre revisando las cuentas de empresas menores. Hoy, sin embargo, el Ministro de Economía Privada tiene una cita a las ocho horas y tres minutos con el Directorio Regulador del Banco Patriótico de Crédito, y como fue Julián quien obtuvo la Plaza Aleatoria del Mes, la única determinada al azar entre todos los empleados (la suerte y sus chistes: sus probabilidades eran del cero coma cero setenta y seis por ciento, Estadísticas Para El Buen Ciudadano, página 231), le toca asistir y pasarse la mañana escuchando complicadas fórmulas económicas y debates sobre la posible salida a la crisis mundial.

Como está establecido en los Derechos de un Ministro, Volumen Uno, sólo los representantes del gobierno pueden decidir cuándo empieza y cuándo acaba cualquier asunto oficial en el que estén presentes, así que Julián y los nueve miembros vitalicios del Directorio esperan pacientemente y en silencio a que el Señor y Muy Ilustre Ministro de Economía Privada dé por comenzada la reunión. Mientras tanto, los Ciudadanos por la Seguridad Ciudadana se encargan de aislar la sala y configurar el Sistema de Cierre Hermético que las Normas por la Seguridad de los Ministros obligan a colocar en cada una de las puertas.

A las ocho y tres minutos la sala queda libre, y el Señor y Muy Ilustre Ministro de Economía Privada ordena (tal y como debe hacerse según las Normas para un Correcto Inicio de Reunión) el Cierre de Puertas.

- Por la Seguridad Patriótica ordeno el inmediato Cierre de Puertas hasta nuevo aviso. La reunión puede comenzar. Hágase mi democrática voluntad.

- Por la Seguridad Patriótica –contesta obediente el Directorio.

En ese momento Julián nota que algo no va bien. Las Normas para el Desarrollo Correcto de una Reunión no dicen nada de que el Señor Ministro deba realizar el Gesto Patriótico de la Mano Derecha al Pecho al grito de “Me duele, me duele, hagan algo, llamen a....” y se retuerza en el suelo, gimiendo.

Al cabo de cinco minutos el Señor y Muy Ilustre Ministro de Economía Privada deja de gemir, y boquea como un pez recién pescado. Julián y el resto de miembros del Directorio siguen sentados, en silencio, con aspecto humilde y los ojos fijos en el Señor Ministro, preguntándose qué ha querido decir con “algo” y a quién quiere que llamen.

Doce horas y treinta y dos minutos más tarde (Chandonnais dixit) Julián pierde la batalla contra el sueño y cierra los ojos. Se ha aburrido de esperar, en silencio y junto a los demás miembros, a que el Señor y Muy Ilustre Ministro dé por bien continuar con la reunión.

---X---

El Ciudadano Honrado, día treinta y cinco del mes Segundo.
Editorial.
El Ministro de Economía Privada Trabaja Duro por los Ciudadanos.
Hace ya una semana que el Ministro de Economía Privada se encuentra reunido con el Directorio Regulador del Banco Patriótico de Crédito, intentando obtener una salida a la crisis mundial que sufrimos desde el siglo pasado. Se desconocen las repercusiones que tan magna reunión pueda tener en la economía Mundial, pero está claro que las decisiones están siendo muy meditadas y que el Señor y Muy Ilustre Ministro de Economía Privada estará trabajando duro para mejorar el poder adquisitivo de los Ciudadanos patrióticos. Desde aquí les deseamos un muy feliz y democrático acuerdo.

La casita en las afueras.

- Usted dirá.

- Calle Palique, entre Pisuerga y Donatelo, por favor.

- Marchando.

Bueno, a centrarse. Ahora llegas y te presentas, recuerda dar la mano firme, que siempre te dicen que parece de mantequilla, y mirar el entrecejo, que es menos violento que hacerlo directamente. ¿Tendré tiempo de tomarme un café? Bueno, mejor un agua o una manzanilla o un zumo, que el café me deja los dientes amarillos y no es plan de...


- Qué tiempo más loco, ¿verdad? Por la mañana sol, ahora amenaza tormenta. Ya lo dijo la radio, aunque seguro que usted no tenía ni idea, ¿verdad? En la radio dicen muchas cosas, a mí me gusta llevarla siempre encendida. A veces dicen verdades y a veces no tanto, eso es cierto, pero el del tiempo suele acertar. ¿Sabe que ni siquiera tienen una estación meteorológica propia? Que lo miran todo por internet, qué cabrones, ¿eh?

- Pues no, no tenía ni idea.


Vaya, me ha tocado charlatán. Aunque tiene razón, pinta tormenta. Mira que dejarme el paraguas. Con un poco de suerte descarga durante la entrevista y ni me entero. En fin, a lo nuestro. Tengo que dejar claro que no necesito el trabajo, que es sólo para mejorar, echarle cojones, con educación y respeto, claro, pero firme, que luego tendré que...


- Es como la tele. Uno ve todos todos esos dibujos, con rayos de tormenta si va a caer una buena, o con ese sol brillante si va a estar despejado, y se cree que hay un satélite de por medio, o como mínimo un comité de sabios estudiando los vientos y la formación de nubes. Ya sabe: trabajo. Pero no, ahora le piden a internet el tiempo que va a hacer y ya tienen la faena hecha. Vaya panda de vagos, ¿eh?


- Sí, lo que usted diga.


Pesadito el tío. Bueno, yo me callo, ya se dará por enterado. Venga, concéntrate, que es importante. Tengo que saber venderme, parecer simpático y serio a la vez, con sentido del humor, alguien de confianza en quien pueden delegar ciertas...


- Oiga, usted es ganimediano, ¿verdad?


- ¿Perdone?

- Ya sabe, de Ganímedes. El cuarto miebro de la C.U.L.


- ¿Perdone?


- Sí, hombre, de la Confederación Unida y Libre.


Joder. Un loco.


- No, no soy de ninguna Confederación.

- Vaya. Pues me lo había parecido. Ya sabe, por la mirada. Tiene ojos de ganimediano. Se lo habían dicho antes, ¿verdad?


- No, nunca. Oiga, acabo de recordar que tengo un par de recados que hacer, déjeme por aquí.


- Oh-oh. ¿No está cómodo en mi taxi, amigo? No me gusta que el cliente no se sienta cómodo.


- No, verá, nada de eso, en serio, ya le digo que tengo un par de recados que hacer y...


- ¿Es usted racista, amigo? Ustedes los ganimedianos tienen un verdadero problema, ¿sabe?


- Oiga, déjeme bajar, en serio.


- Un verdadero problema. ¿Sabe qué vamos a hacer? Voy a llevarle a ver a alguien. Seguro que puede aprender mucho de él.


- No quiero ver a nadie. Quiero bajarme ahora.


Veo cómo coge algo de la guantera, ¿un pañuelo?, intento abrir la puerta pero está cerrada, intento golpearle pero me pone algo dulzón en la cara y ahora todo está oscuro, oscuro, oscuro.


--- X ---

Abro los ojos. Sigo en el taxi. Es de noche, y oigo:


- Vaya, se ha despertado, ¿eh? Mire, no me gusta tener que hacerlo, pero usted es un caso extremo. Para los casos extremos, medidas extremas, ya se sabe. Ya estamos llegando.

Me incorporo y descubro que estoy maniatado. Acierto a decir:


- Oiga, todo esto ha sido un malentendido, déjeme salir, por favor. Creo que llevo unos doscientos euros en la cartera, son suyos, pero déjeme salir.


- Ustedes los ganimedianos se creen que el dinero lo arregla todo, ¿verdad? No, no, no. No me cae bien, amigo. No me cae nada bien.


Pañuelo y fundido en oscuro, oscuro, oscuro.


--- X ---

Abro los ojos. Sigo en el taxi y maninatado, pero ahora solo. ¿Qué cojones está pasando? Miro alrededor y me descubro en un descampado. No hay nadie. Intento abrir la puerta pero nada. Mierda. Apoyo la cabeza en una puerta y golpeo la otra con los pies, como en las pelis, toma, toma, toma, en el cristal, cada vez más fuerte, debe estar a punto, toma, toma, y noto como caigo hacia atrás y doy con mi cabeza en el suelo, el cabrón ha abierto por mi lado. Digo:


- ¡Joder!


Cómo duele. Oigo una carcajada, una burlesca carcajada.


Desde el suelo veo cuatro pies, dos de ellos muy pequeños y muy juntos. Levanto la barbilla y pertenecen a un muñeco vestido de payaso, un puto muñeco vestido de payaso y que sonríe, joder, y el dueño de los otros pies es el taxista, que dice:


- ¿Qué vamos a hacer con él, jefe?


El puto muñeco me mira, me mira desde el principio, me lleva mirando un buen rato, y casi estoy esperando que empiece a hablar cuando oigo al taxista decir, en un tono de voz muy agudo, como de niña pequeña:


- No sé, Pedro. No se porta nada bien.


Ni siquiera disimula.


Ni se esfuerza en hacerse el ventrílocuo.


Este tío está como una puta cabra.


Este tío va a matarme.


Voy a morir.


Intento incorporarme y grito:


- ¡Aaah! ¡Joder, que alguien me ayude! ¡Este tío va a matarme! ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude!


Y, de pronto, una luz me ilumina y me manda callar, directa a los ojos. Es una linterna, de esas grandes y con una potente luz blanca. Se perfila la silueta de alguien, de un señor, un señor mayor y rechoncho que se acerca. Un señor mayor y rechoncho que se acerca y que está muy serio. Y que dice:


- Señor Martínez, perdone que no le dé la mano. La prueba ha terminado. Lamentamos comunicarle que no ha sido seleccionado para el puesto de trabajo. Alguien con las capacidades que necesitamos no habría permitido que le llevaran a una situación así. Le falta coraje, le falta ambición, ni siquiera piensa rápido. ¿Cómo podemos estar seguros de que sabría reaccionar ante una situación de crisis, por ejemplo una caída de las acciones, o una pérdida de carisma entre los empleados, o ante una simple reunión? No es usted lo que necesitamos.


Y dice:


- Nadie capacitado para el puesto habría subestimado la situación. Se ha dejado llevar por donde el señor García ha querido. No ha mostrado usted ni una chispa de valor. ¿Y usted pretendía relacionarse con los profesionales de hoy en día? ¿Relacionarse de tú a tú? Señor Martínez, qué ingenuo. Señor Martínez, qué fracaso. Qué decepción.


Y dice:


- Adiós, señor Martínez.


Y se sube al taxi.

El taxista deja el payaso tirado en el suelo, a mi lado, mirándome y sonriendo, y el taxista también se sube al taxi, lo arranca y me dejan solo y bajo la lluvia en un descampado, el payaso mirándome, riéndose de mí, y lo primero que me pregunto es cómo voy a contarle a Adriana que no podremos comprarnos la casita en las afueras.

Se lleva mejor.

-¿Quieres que mañana vayamos a la bolera?

Tiene gracia que Santi me haga esta pregunta: hace años que no pisamos una.

-¿Qué quieres decir?

- Ya sabes. Desayunar en el bar de la facultad y saltarnos clase para jugar a los bolos.

¿Dónde se compra el manual de instrucciones para este tipo de situaciones?

Santi es mi marido. Hace cincuenta y cuatro años que lo es. Se licenció en Derecho hace cincuenta y siete y no pisamos una bolera desde entonces.

Nadie te enseña lo cotidiano. Entendemos la vida como una serie de fases que cumplir, cada uno las suyas, pero olvidamos que después del lunes viene un martes con muchos números para ser idéntico al lunes. Los recuerdos especiales, ésos que contamos en una charla de sobremesa cuando somos el centro de atención o que sólo nos atrevemos a mirar cuando no hay nadie a la vista por miedo a que nuestra expresión nos delate, suelen ser momentos que suponen un cambio, por muy pequeño que sea.

¿Y entre momento especial y momento especial? Rutina, le llaman.


Pongamos algunos ejemplos. Recuerdo la mañana que aprendí a montar en bici. No recuerdo qué hice aquella tarde. Recuerdo el sábado que acabé la lectura de El pequeño vampiro. No recuerdo estar leyéndolo. No recuerdo posar para ninguna de las fotos de nuestro último viaje, el de las bodas de oro, el de Venecia. Pero en todas ellas salgo sonriendo y mirando a cámara. Clic.

Y hay rutinas y rutinas. Es decir, un estudiante de cuarto de Derecho no sufre la misma rutina que un joven pandillero con varias amenazas de muerte a sus espaldas. No es lo mismo vender seguros que practicar deportes de alto riesgo, vivir en un pequeño pueblo costero de ancianos pescadores que en la avenida principal de la capital del reino. No estamos hablando de la misma rutina.


Cuando la tuya consista en cuidar de un marido octogenario con serios síntomas de estar perdiendo la cabeza y te pregunte si quieres volver a una bolera que no pisas desde tus veintipocos. Cuando la tuya consista en cambiarle los pañales y darle cucharaditas de potito pasado por el microondas. Cuando la tuya consista en contemplar atónita cómo se duerme a media frase. Cuando en los peores momentos ni siquiera recuerde quién eres, cómo te llamas y qué haces exactamente a su lado, recuerda que toda gloria es pasajera y responde:


"Claro, cielo. Mañana".


Y sírvete una copa: se lleva mejor.

24.6.06

Mejillones y gambitas.

Lo de levantar la ceja me sale desde hace poco, pero me sale muy bien. Yo creo que si algún productor me viese me contrataría para hacer algún anuncio en el que sólo se tuviera que levantar una ceja. Y al final, de lo bien que me sale, sería el experto: siempre que se necesitara a alguien que tuviera que levantar una ceja me llamarían a mí. Viviría de levantar mi ceja. Como es algo que sabe hacer mucha gente, aunque pocos tan bien como yo, tendría que entrenarme duro, delante de un espejo, dale que te pego, ceja arriba ceja abajo. Para innovar continuamente y todo eso, que si no, te encasillas y siempre hay alguien que acaba superando al maestro, y entonces fin del cuento.

A base de practicar, me he dado cuenta de que lo más difícil es aguantarla ahí arriba el rato que haga falta. Pasados algunos minutos los músculos de la cara están tan tensos que todo me empieza a temblar, y acabo haciendo el conejo. Como no quiero que me veas haciendo el conejo, aguanto mi ceja un minuto y casi veinte segundos, que sé que es el tiempo en el que aún no se me nota ningún temblor. Y pasado ese minuto y casi veinte segundos, uno, dos, tres, contando interiormente, que nunca sabes si vas atrasado o adelantado, cuando ya sé que te tengo ganada, bajo mi ceja y digo:

"Creo que no te he oído bien. ¿Podrías repetirlo?"

Tú repites:

"Hoy plato único: ensalada de verano, paella o espaguetis en salsa boloñesa. Para beber, agua o vino. Postre y café incluidos.

Pongo cara de pensar: ojos entreabiertos, sacar morritos. Me rasco la barbilla. Miro más allá de la pared. Levanto la ceja. Bajo la ceja.

Cuando creo que ya he aparentado ser alguien reflexivo, que sopesa todas las opciones y decide lo mejor para sí mismo y los suyos, digo:

"La ensalada de verano, ¿lleva cebolla?"

Quiero que te quede claro que no tomo ninguna decisión a la ligera. Contestas:

"No, pero podemos ponerla".

Pongo cara de pensar: ojos entreabiertos, sacar morritos. Me rasco la barbilla. Miro más allá de la pared. Levanto la ceja. Bajo la ceja.

Quiero que pienses que conozco la diferencia de sabores y texturas que hay entre una ensalada de verano con cebolla y una ensalada de verano sin cebolla. Incluso las diferencias que hay entre tirar la cebolla antes o después que la patata, antes o después que el pimiento rojo, antes o después que el atún o que la mayonesa.

¿Quiere que pongamos cebolla o no?", dices, con prisas.

No es una decisión fácil: si echas la mayonesa encima de la cebolla pierdes textura pero ganas sabor, por ejemplo. Si echas la cebolla encima de la patata, y la patata encima de la mayonesa, esto es otro ejemplo, pasa al revés: ganas texturas pero pierdes sabores. Son estas cosas las que quiero que creas que estoy pensando mientras me rasco la barbilla y digo:

"Hablemos de la paella".

Mientras lo digo, me atuso el cabello. Como lo tengo rizado he de poner especial cuidado, utilizando el pulgar para devolver a su sitio el maldito rizo que siempre se descoloca sin alborotar los de encima de la cabeza. Antes de saber que la naturalidad parece mucho más natural si se practica delante del espejo, cada vez que me atusaba el cabello sin saber pasar la mano me dejaba peor que antes. Ahora sé que si mientras paso mi mano hago un rápido giro de nuca hasta que la barbilla se pone a la altura del hombro, y tengo especial cuidado con el pulgar, mi cabello queda perfectamente natural. Es entonces cuando sé que te has dado cuenta de lo precioso que tengo el cabello, y entonces sonrío y repito:

"Hablemos de la paella".

En realidad no me interesa la paella: desde el principio sé que tomaré los espaguetis. Pero no podría permitirme que pensaras que no he tenido en cuenta la posibilidad de comer paella. Así que no te tomo en serio cuando dices:

"Pues es una paella normal, con su arroz, su merluza, sus gambitas, sus mejillones. Ya sabe, paella".

Una vez tuve un amigo que me explicó la diferencia entre una paella, un arroz a banda y un arroz marinero. En realidad no recuerdo nada, pero sé que sólo nombrándolos pensarás que soy un auténtico experto del arroz. Por eso, y por seguir con mi numerito, digo:

"Mejillones y gambitas? ¿En la paella? ¿No será arroz a banda?".

Tu cara te delata. Tú tampoco tienes ni idea, pero he sido yo el que te ha pillado. Saber que el otro no sabe lo que tú tampoco sabes pero aparentas saber es uno de los secretos del poder, te lo acabo de demostrar: no hay más que ver tu cara. Ahora mismo podría levantarme y mirarte por encima del hombro. Regocijándome, insisto:

"¿No será arroz a banda?".

Ah, qué satisfacción, qué felicidad, qué delicia. Dices:

"Mire, en realidad no sé qué lleva. Déjeme preguntar al cocinero"

"No es necesario", digo. "Creo que tomaré los espaguetis".

Justo donde quería llegar: ni ensalada ni paella. Para que veas que no me ha convencido ninguno de tus argumentos, que estoy por encima, que soy libre como el viento y los pájaros y los escarabajos peloteros. Que tomo mis propias decisiones en función de mis propios intereses. Que nada ni nadie puede cambiarme.

Sé que sabes que sé, y por eso repito:

"Tomaré los espaguetis".

Dándote donde más duele.

Y cuando te alejas, levanto la ceja. Bajo la ceja. Me atuso el pelo y sonrío. Por si se te ocurre darte la vuelta y mirar.

Para que me mires y pienses: qué fácil es ser feliz.

 
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