26.6.06

La casita en las afueras.

- Usted dirá.

- Calle Palique, entre Pisuerga y Donatelo, por favor.

- Marchando.

Bueno, a centrarse. Ahora llegas y te presentas, recuerda dar la mano firme, que siempre te dicen que parece de mantequilla, y mirar el entrecejo, que es menos violento que hacerlo directamente. ¿Tendré tiempo de tomarme un café? Bueno, mejor un agua o una manzanilla o un zumo, que el café me deja los dientes amarillos y no es plan de...


- Qué tiempo más loco, ¿verdad? Por la mañana sol, ahora amenaza tormenta. Ya lo dijo la radio, aunque seguro que usted no tenía ni idea, ¿verdad? En la radio dicen muchas cosas, a mí me gusta llevarla siempre encendida. A veces dicen verdades y a veces no tanto, eso es cierto, pero el del tiempo suele acertar. ¿Sabe que ni siquiera tienen una estación meteorológica propia? Que lo miran todo por internet, qué cabrones, ¿eh?

- Pues no, no tenía ni idea.


Vaya, me ha tocado charlatán. Aunque tiene razón, pinta tormenta. Mira que dejarme el paraguas. Con un poco de suerte descarga durante la entrevista y ni me entero. En fin, a lo nuestro. Tengo que dejar claro que no necesito el trabajo, que es sólo para mejorar, echarle cojones, con educación y respeto, claro, pero firme, que luego tendré que...


- Es como la tele. Uno ve todos todos esos dibujos, con rayos de tormenta si va a caer una buena, o con ese sol brillante si va a estar despejado, y se cree que hay un satélite de por medio, o como mínimo un comité de sabios estudiando los vientos y la formación de nubes. Ya sabe: trabajo. Pero no, ahora le piden a internet el tiempo que va a hacer y ya tienen la faena hecha. Vaya panda de vagos, ¿eh?


- Sí, lo que usted diga.


Pesadito el tío. Bueno, yo me callo, ya se dará por enterado. Venga, concéntrate, que es importante. Tengo que saber venderme, parecer simpático y serio a la vez, con sentido del humor, alguien de confianza en quien pueden delegar ciertas...


- Oiga, usted es ganimediano, ¿verdad?


- ¿Perdone?

- Ya sabe, de Ganímedes. El cuarto miebro de la C.U.L.


- ¿Perdone?


- Sí, hombre, de la Confederación Unida y Libre.


Joder. Un loco.


- No, no soy de ninguna Confederación.

- Vaya. Pues me lo había parecido. Ya sabe, por la mirada. Tiene ojos de ganimediano. Se lo habían dicho antes, ¿verdad?


- No, nunca. Oiga, acabo de recordar que tengo un par de recados que hacer, déjeme por aquí.


- Oh-oh. ¿No está cómodo en mi taxi, amigo? No me gusta que el cliente no se sienta cómodo.


- No, verá, nada de eso, en serio, ya le digo que tengo un par de recados que hacer y...


- ¿Es usted racista, amigo? Ustedes los ganimedianos tienen un verdadero problema, ¿sabe?


- Oiga, déjeme bajar, en serio.


- Un verdadero problema. ¿Sabe qué vamos a hacer? Voy a llevarle a ver a alguien. Seguro que puede aprender mucho de él.


- No quiero ver a nadie. Quiero bajarme ahora.


Veo cómo coge algo de la guantera, ¿un pañuelo?, intento abrir la puerta pero está cerrada, intento golpearle pero me pone algo dulzón en la cara y ahora todo está oscuro, oscuro, oscuro.


--- X ---

Abro los ojos. Sigo en el taxi. Es de noche, y oigo:


- Vaya, se ha despertado, ¿eh? Mire, no me gusta tener que hacerlo, pero usted es un caso extremo. Para los casos extremos, medidas extremas, ya se sabe. Ya estamos llegando.

Me incorporo y descubro que estoy maniatado. Acierto a decir:


- Oiga, todo esto ha sido un malentendido, déjeme salir, por favor. Creo que llevo unos doscientos euros en la cartera, son suyos, pero déjeme salir.


- Ustedes los ganimedianos se creen que el dinero lo arregla todo, ¿verdad? No, no, no. No me cae bien, amigo. No me cae nada bien.


Pañuelo y fundido en oscuro, oscuro, oscuro.


--- X ---

Abro los ojos. Sigo en el taxi y maninatado, pero ahora solo. ¿Qué cojones está pasando? Miro alrededor y me descubro en un descampado. No hay nadie. Intento abrir la puerta pero nada. Mierda. Apoyo la cabeza en una puerta y golpeo la otra con los pies, como en las pelis, toma, toma, toma, en el cristal, cada vez más fuerte, debe estar a punto, toma, toma, y noto como caigo hacia atrás y doy con mi cabeza en el suelo, el cabrón ha abierto por mi lado. Digo:


- ¡Joder!


Cómo duele. Oigo una carcajada, una burlesca carcajada.


Desde el suelo veo cuatro pies, dos de ellos muy pequeños y muy juntos. Levanto la barbilla y pertenecen a un muñeco vestido de payaso, un puto muñeco vestido de payaso y que sonríe, joder, y el dueño de los otros pies es el taxista, que dice:


- ¿Qué vamos a hacer con él, jefe?


El puto muñeco me mira, me mira desde el principio, me lleva mirando un buen rato, y casi estoy esperando que empiece a hablar cuando oigo al taxista decir, en un tono de voz muy agudo, como de niña pequeña:


- No sé, Pedro. No se porta nada bien.


Ni siquiera disimula.


Ni se esfuerza en hacerse el ventrílocuo.


Este tío está como una puta cabra.


Este tío va a matarme.


Voy a morir.


Intento incorporarme y grito:


- ¡Aaah! ¡Joder, que alguien me ayude! ¡Este tío va a matarme! ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude!


Y, de pronto, una luz me ilumina y me manda callar, directa a los ojos. Es una linterna, de esas grandes y con una potente luz blanca. Se perfila la silueta de alguien, de un señor, un señor mayor y rechoncho que se acerca. Un señor mayor y rechoncho que se acerca y que está muy serio. Y que dice:


- Señor Martínez, perdone que no le dé la mano. La prueba ha terminado. Lamentamos comunicarle que no ha sido seleccionado para el puesto de trabajo. Alguien con las capacidades que necesitamos no habría permitido que le llevaran a una situación así. Le falta coraje, le falta ambición, ni siquiera piensa rápido. ¿Cómo podemos estar seguros de que sabría reaccionar ante una situación de crisis, por ejemplo una caída de las acciones, o una pérdida de carisma entre los empleados, o ante una simple reunión? No es usted lo que necesitamos.


Y dice:


- Nadie capacitado para el puesto habría subestimado la situación. Se ha dejado llevar por donde el señor García ha querido. No ha mostrado usted ni una chispa de valor. ¿Y usted pretendía relacionarse con los profesionales de hoy en día? ¿Relacionarse de tú a tú? Señor Martínez, qué ingenuo. Señor Martínez, qué fracaso. Qué decepción.


Y dice:


- Adiós, señor Martínez.


Y se sube al taxi.

El taxista deja el payaso tirado en el suelo, a mi lado, mirándome y sonriendo, y el taxista también se sube al taxi, lo arranca y me dejan solo y bajo la lluvia en un descampado, el payaso mirándome, riéndose de mí, y lo primero que me pregunto es cómo voy a contarle a Adriana que no podremos comprarnos la casita en las afueras.

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